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domingo, 25 de octubre de 2015

LIBERTAD VERSUS IGUALDAD




LIBERTAD E IGUALDAD





En el abanico de promesas y ofertas que los políticos siempre hacen a los electores, cual pretendiente galanteando a su gustada y amada fémina, siempre se encontrarán dos que en realidad son diametralmente opuestas: “LIBERTAD” e “IGUALDAD”.



ADAM SMITH (1723 - 1790)



En su momento, el economista Adam Smith,- el de la idea de la “Mano Invisible” que regulaba la economía por si sola-, hizo una exposición fuertemente condicionada por su oposición a la herencia de prácticas feudales como la intervención del Estado en cuestiones económicas y productivas.

Según Smith, la Mano Invisible expresa la capacidad de una economía de mercado para obtener automaticamente el máximo bienestar social a través de la búsqueda del propio interés.



LA MANO INVISIBLE



En su pensamiento defendió a ultranza la liberación del mercado e industria, a modo de brindar espacio a la iniciativa individual e incondicionada de cada uno, quien procurando satisfacer su interés particular llevaría al progreso general de la nación.

Para Smith los hombres son naturalmente desiguales,- física e intelectualmente-, y la libertad de iniciativa debe dar lugar al desarrollo de esos distintos talentos. Por esto mismo, gracias a la división del trabajo, existen diferentes clases sociales acordes a cada talento.

Pero,... ¿logra esa libertad el bienestar general? o... ¿colabora a la creación de mayores desigualdades entre los hombres?

Este mismo tipo de interrogantes preocuparon a Karl Marx, quien de manera opuesta a Smith, defendió la igualdad por sobre todos los demás derechos. Según éste, sólo a partir de garantizar la igualdad entre los hombres podrían éstos ser libres.

La libertad y la igualdad no son derechos absolutos. Entre ambos existe una fuerte tensión. Si se pretende garantizar ante todo la libertad, ¿significa que en función de ello se puede hacer cualquier cosa?

Si se es libre de hacer cualesquiera cosa, ¿no se podrá estar interviniendo en la libertad de otra persona?

Y,... si se opta por defender la igualdad ante todo, ¿no sucede acaso que se obliga a los hombres a convertirse en algo que no son o que no desean ser?

Es difícil saber cómo resolver estas tensiones entre la libertad y la igualdad. Tan difícil que han dado origen a los dos grandes modos de pensar dentro de la Economía Política: La propuesta capitalista liberal que sigue las ideas de Smith y defiende la libertad como prioridad, y la propuesta socialista/comunista que propuso Marx y coloca su eje en la defensa de la igualdad.



KARL MARX (1818 - 1883)



Paréntesis:

En el presente escrito se hace referencia a la igualdad tomándola en su acepción económica, no en la jurídica que establece que, no se debe un trato igual a todos sin importar sus diferencias. La igualdad del caso en comento se asemeja más a un “igualitarismo” o “egalitarismo”.

En la actualidad, está ya superada la idea de igualitarismo o egalitarismo como sinónimo del concepto de igualdad. El Derecho Constitucional establece que, la igualdad está realmente reflejada en el Principio de Igualdad, mismo que prescribe, manda y obliga que, todos los hombres deben ser tratados igualmente por el Estado en cuanto a lo que es esencialmente igual en todos ellos, esto es, en los llamados derechos fundamentales que están contemplados en las constituciones, que son el corolario de la dignidad humana. Así, trato igual a los iguales y desigual a los desiguales.

Pretender tratar igual a todos es realmente una violación de la igualdad,- y del Principio de Igualdad-.

Como ejemplo, en países de avanzada socialista auténtica, como Suecia, Dinamarca, Finlandia, aquellas personas que deseen ser ricos y lo puedan ser, llevan sobre sus hombros una tremenda carga impositiva, misma que es tremendamente progresiva. Contrario sensu, los “pobres” reciben los servicios básicos de educación y salud en forma gratuita y de gran calidad, sufragados por aquellos otros.

Continuando...



Según una antigua y extendida concepción, la igualdad constituye un peligro para la libertad.

Un lugar adecuado para buscar respuestas a esta contradicción es en la obra Democracy in America”, de Tocqueville. En ella se percibe la fascinación del autor por la igualdad y sus efectos. Su preocupación central y su valor más alto es la libertad.

Tocqueville teme que la igualdad destruya la libertad, tanto como su búsqueda de una solución para el problema de cómo se las puede hacer coexistir, si es que hay alguna manera de hacerlo.

En primer lugar, para Tocqueville, a lo largo del mundo civilizado la igualdad es creciente e inevitable, dado que ésta casi ha alcanzado sus límites naturales entre los ciudadanos,- masculinos blancos-, en los Estados Unidos de América,- EE. UU.-.

Luego, la libertad es un bien de suprema importancia, quizás más grande que la igualdad; pero es seguro que, el amor a la igualdad es más grande que el amor a la libertad, por lo cual, la supervivencia de la libertad es más dudosa.

Una condición necesaria para la libertad es la existencia de fuertes barreras al ejercicio del poder, ya que la concentración de poder implica, por naturaleza, la muerte de la libertad.

Finalmente, en un país democrático donde prevalece la igualdad política, social y económica y donde se han levantado todas las barreras para el ejercicio ilimitado del poder por parte de la mayoría, ésta tiene la ocasión de gobernar de manera despótica: “La esencia misma del gobierno democrático consiste en la soberanía absoluta de la mayoría, ya que en los Estados democráticos no existe nada que sea capaz de oponérsele”, como el mismo Tocqueville lo proclama.

Estas cuatro suposiciones constituyen un sólido fundamento para el temor manifestado por Tocqueville de que, en una sociedad democrática la igualdad en la constitución política invita a destruir la libertad. Por cierto, parecería que cuanto más democrático es un pueblo, mayor es el peligro para la libertad.

Si bien la igualdad es, claramente, una conditio sine qua non para la democracia, puede no serlo para la libertad. Por el contrario, dado que la igualdad facilita el despotismo de la mayoría, amenaza a la libertad.

Continuando...

En la vida social existe una alta posibilidad de interferencia entre las acciones que ejecutan todos y cada uno, razón por la cual es necesario un marco normativo que regule el libre accionar de los hombres.

Isaiah Berlin definió la libertad como la posibilidad que tiene el hombre de no sufrir la interferencia de los otros. Esta definición se basa en suponer que se es libre, si las personas o instituciones no hacen cosas en contra del individuo.

Para regir las relaciones entre los individuos, es necesario un marco que las regule. Pero queda claro que cuanta menor interferencia tenga un individuo por la acción de otros o por las limitaciones que implique el marco normativo, más libre será aquél.

Esta acepción de la libertad no suele despertar demasiadas controversias. El problema se da cuando se pretende ampliar la libertad de otros. Un indigente o un mendigo que deambula por las calles no es libre. Para un individuo en esa condición material la libertad no le sirve de mucho, puede que no sea esclavo porque nadie le impide hacer cosas; en su caso, él es esclavo porque no puede hacer nada.

Los límites que la pobreza impone al ejercicio efectivo de la libertad son los que relativiza la igualdad. Una sociedad más igualitaria debe conducir a un mayor ejercicio de la libertad para todos. Pero para lograr que unos hombres puedan ser “más libres”, es probable que haya que restringir a otros en forma de intervención del Estado, cobro de impuestos, límites a la propiedad o generación de protecciones o privilegios atentatorios contra la propia libertad.

Lo que Amartya Sen definió como el deseo que tienen los hombres de ser sus propios amos aproxima al tema de la igualdad. Existen varios tipos de igualdad: Una de naturaleza política, otra legal, la social y evidentemente la económica o material. Las tres primeras no se contraponen con la libertad. Pero en la última un poco más de igualdad se corresponde con algo menos de libertad. Lo primero que debe decirse en cuanto a la igualdad material es que ella se limita a aquello que es susceptible de ser llevado a moneda para intercambiarlo.

Lo que no se puede intercambiar no se puede igualar. Intangibles como el deseo, la voluntad, los gustos y otros atributos humanos, que son indispensables para ser reconocidos como tales, son imposibles de redistribuir o de igualar. En consecuencia, cualquier intento de igualación siempre será incompleto y dejará trazos de desigualdad, los cuales, dejados en libertad, producirán nueva desigualdad material entre los miembros pertenecientes a una sociedad.

Igualar, socio-económicamente hablando, partiendo de una situación de desigualdad material, supone quitarle a unos para dar a otros. Esto puede hacerse de dos maneras: Igualando los estados iniciales o igualando los estados finales.

La primera forma es lo que se llama la igualdad de oportunidades. Cuando se dice “de partida”, se hace referencia a los primeros años de vida, esos que son determinantes para que los seres humanos adquieran capacidades y destrezas que les serán indispensables para el ejercicio de su libertad, de ser amos de sí mismos. La garantía de acceso a la educación, la salud y la seguridad social es indispensable para quienes propugnan la igualdad de oportunidades.

Para los más tenaces defensores de la igualdad puede que la igualdad de oportunidades no sea sino un acto de hipocresía. Efectivamente, la igualdad de los estados iniciales puede no haber acortado la distancia al final de la carrera de la vida.

Múltiples factores intervendrán para que las desigualdades promedio se mantengan o incluso aumenten. Bien porque no se aprovecharon las oportunidades igualadas, porque no fueron efectivamente igualadas o porque faltaron muchísimas otras por igualar. Lo cierto es que, para la ideología de la igualdad radical,- comunismo-, la única igualdad verdadera es la que opera en los estados finales, aquella donde la propiedad y el ingreso se reparten en partes iguales o según las necesidades.

El problema consiste en definir cuáles y cuántas son las necesidades a satisfacer. Es por ello que, en los sistemas políticos que se organizaron en torno a la igualdad, los salarios y la posesión de propiedades se regulaban no en razón de las necesidades, sino sobre la base de unos mínimos, en ocasiones tan pequeños, que la igualdad de esos pueblos se fundamenta en la escasez,- ¿Socialismo del Siglo XXI?-.

La perpetuación de dichos mínimos materiales, y su poca variabilidad, independientemente de la medida en que los individuos se esfuercen, no hace sino producir sociedades muy pobres, aunque iguales, y que a la postre, como ha enseñado la historia, terminan permitiendo algo de desigualdad para salir de la quiebra,- ¿los países ex-comunistas?-.

En otras palabras, el camino a la igualdad radical, en nombre de la ampliación de la libertad, termina reduciendo a esta última a la restringida expresión que ella tiene entre los más pobres, solo que sin la envidiable situación que unos tengan más que otros.



LIBERTAD E IGUALDAD



Libertad de igualdad no son conceptos independientes. Mas bien, son excluyentes en sus extremos y tienen ciertos ámbitos de complementariedad.
 
La libertad necesita de la igualdad para sostenerse, pero la igualdad sola no es garantía de libertad, sino probablemente de su restricción al punto de no poder tolerar a la propia democracia. La prueba de lo dicho es simple: ¿Cuántos “comunismos o socialismos reales” fueron democráticos y libres, incluidos los reformados?



¡Saque el lector sus propias conclusiones!



José Roberto Campos hijo
DOM 25 OCT 15



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