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sábado, 3 de mayo de 2014

CARTA A GARCIA






CARTA A GARCIA

Hay un hombre cuya actuación en la Guerra Hispanoamericana,- Guerra de Cuba principalmente-, culmina como un astro en su perihelio.

Cuando estalla la guerra entre España y los Estados Unidos, se ve la necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto García. Pero, ¿cómo hacerlo? En esos momentos se hallaba García en alguna serranía perdida en el interior de la isla y su colaboración era necesaria. Entonces, ¿cómo hacer llegar a sus manos una misiva de tal importancia? ¿Qué hacer?

Alguien dice al Presidente: “Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García es él: Rowan.”

Cómo el sujeto que lleva por nombre Rowan toma la carta, la guarda en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la isla, cruzando un territorio hostil, y entrega la carta a García, son cosas de las cuales no se tiene idea alguna.

El punto es que, se entrega a Rowan una carta para que la lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿Dónde le encuentro? Simplemente pone manos a la obra y lo hace sin importar los sacrificios.

He acá el ejemplo de un hombre de empresa. Un hombre vigoroso, templado en su ser íntegro para el deber, enseñado a obrar prontamente, a concentrar sus energías, a hacer las cosas, en fín, “a llevar la carta a García”.

¡Hace muchas lunas que el General García dejó ya de existir! Qué desaliento no siente cualquier empresario, quien se ha quedado alguna vez estupefacto ante la incapacidad, falta de energía y falta de iniciativa de sus subalternos para llevar a término la ejecución de un acto que se le encomienda a uno de éstos.

Descuido, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio la colaboración completa de los subalternos.

El lector puede poner a prueba lo acá plasmado. Llame a uno de los muchos empleados que trabajan a sus órdenes y pídale que le investigue algo sobre la vida de Corregio,- por decir algo-.

¿Cree usted que su ayudante le dirá: “Sí señor”, y pondrá manos a la obra? No, no lo crea. Le lanzará una mirada vaga y le hará una o varias de las siguientes preguntas: ¿Quién era él? ¿En qué Enciclopedia busco eso? ¿Está usted seguro que esto está entre mis deberes? ¿No será la vida de Bismark la que usted necesita? ¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso? ¿Necesita usted eso con urgencia? ¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita? ¿Para qué quiere saber eso?

Y tenga por seguro que, después que usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a “GARCÍA” y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en el mundo.

Si la ley de los promedios es cierta, esta apuesta no será perdida por servidor. Y si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Corregio se busca en la “C” y no en la “K”; se sonreirá usted y suavemente le dirá: “deje eso”. Y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar.

Y si los hombres no obran en su provecho personal, ¿qué harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para todos?

¿Podrían tales personas llevar la carta a García?

P. S. El gran botín de la Guerra Hispanoamericana resultaría ser,- principalmente-, a la postre: Las Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Guam.

¡Saque el lector sus propias conclusiones!



SAB 03 MAY 14



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