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domingo, 11 de enero de 2015

TOUS NOUS DEVONS ÊTRE CHARLIE


Una caricatura,- del italiano “caricare”, que se traduce como “cargar” y “exagerar”-, es un retrato que distorsiona la apariencia de una o varias personas, en ocasiones un retrato de la sociedad reconocible, para crear un parecido fácilmente identificable, generalmente humorístico.

La caricatura como género artístico suele ser un retrato, u otra representación humorística que exagera los rasgos físicos o faciales, la vestimenta, o bien aspectos de comportamiento o los modales característicos de un individuo, con el fin de producir un efecto grotesco y humorístico.

Puede ser también el medio de ridiculizar situaciones e instituciones políticas, sociales o religiosas, y los actos de grupos o clases sociales. En este caso, suele tener una intención satírica más que humorística, con el fin de alentar el cambio político o social.

El término caricatura es extensible a las exageraciones por medio de la descripción verbal y escrita. En el ámbito literario es también frecuente hablar de “caricatura” y, en tal sentido “caricaturas literarias” son en cierto aspecto las conocidas obras de Cervantes, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo o las del chileno contemporáneo Jenaro Prieto.

Algo que sí debe respetar el caricaturista es el hecho de no incurrir en la difamación,- distorsionar la buena fama de la persona sin fundamento alguno-, ni en la calumnia,- atribuir falsamente ilícitos y/o delitos al individuo en cuestión-.

Esta semana se ha realizado un atentado, privando de la vida a cuatro caricaturistas de la revista satírica parisina Charlie Hebdo. A la postre, con la cacería policial en respuesta, han sido en total doce los caídos en esta semana sangrienta que dificilmente podrá ser olvidada en París, toda Francia y el mundo entero.

De entrada, pregúntese el lector:

¿Debe la libertad de expresión tener límites?

Guárdese la pregunta en un lugar de la mente.

Continuando…

¡No solo las religiones tienen mártires! El 1º de Julio de 1766 en Abbeville, norte de Francia, un joven noble llamado Lefebvre de la Barre fue condenado por blasfemia. Los cargos en su contra eran numerosos: Haber defecado en un crucifijo, escupido imágenes religiosas y rehusado a quitarse el sombrero cuando pasó una procesión religiosa.

Esos “crímenes”, junto con la destrucción de una cruz de madera en el puente principal de la localidad, fueron suficientes para que lo sentenciaran a muerte. Se le cortó la lengua y la cabeza, y luego, sus restos mortales fueron quemados y tirados al río Somme.

Entre sus cenizas estaban las de un libro que habían encontrado en el estudio de la Barre y consignado a las llamas junto con su cuerpo: El “Diccionario Filosófico”, del notable filósofo Voltaire.

¡Así, el libro de Voltaire fue condenado junto con su dueño!

Desde su refugio en Suiza, Voltaire, al enterarse del destino de su lector, se horrorizó y exclamó: “La superstición hace que el mundo estalle en llamas.”

Dos siglos y medio más tarde, lo que parece blasfemia a la casi totalidad de la población de Occidente y del mundo entero, es el hecho que se mate a alguien por criticar un dogma religioso.

Ya los valores de la libertad de expresión y tolerancia por los que hizo campaña Voltaire toda su vida, se han consagrado como la encarnación misma de lo que los europeos, en general, valoran más de su propia civilización.

En Francia, donde los ideales laicos son atesorados con más tesón, regularmente se invoca a Voltaire cuando se percibe que el legado de la Ilustración está siendo amenazado.

Al momento en el cual Philippe Val, editor de Charlie Hebdo, publicó un libro en el 2008, en el que defendía el derecho de los caricaturistas a burlarse de los tabúes religiosos, el título era elocuente y no se refería a los cristianos: “Vuelve Voltaire, se están volviendo locos.”

A partir del siglo XVIII, la configuración religiosa mundidal ha cambiado radicalmente. Los seguidores del catolicismo y el poder de esta rama del cristianismo han ido en franca retirada,- muy precipitada por cierto-, y por otra parte, el protestantismo,- no llamándole así en forma peyorativa, mas bien honrándole por su valentía-, y el islamismo se han propagado rápidamente en una forma que realmente mete miedo a aquél.

El Islam, a diferencia del catolicismo, desaprueba de tajo el arte figurativo. Además considera a Mahoma,- el Profeta quien recibió la revelación divina en el Corán-, como el modelo de la conducta humana.

Los juristas musulmanes siempre han considerado los insultos en contra de Mahoma como el equivalente a la incredulidad, y ésta, así como la infidelidad, ha sido un crimen que merece el infierno.

Sin embargo, nada en el Corán califica la incredulidad como una ofensa capital: “La verdad viene de nuestro Señor así que quien lo desee, déjenlo creer, y quien lo desee, déjenlo descreer.”

A pesar de lo arriba expuesto, una historia preservada en la biografía más antigua de las que sobreviven de Mahoma sugiere una visión más punitiva. Tan punitiva que, algunos estudiosos musulmanes,- quienes generalmente se resisten más a aceptar que la versión antigua de la biografía de su profeta pueda ser poco fiable-, han llegado hasta a cuestionar su veracidad.

La historia habla sobre el destino de Asma bint Marwan, una poetisa de la Meca. Después que ella se burló de Mahoma en sus versos, él gritó: “¿Quién se deshará por mí de la hija de Marwan?”

¡Dicho y hecho!

Esa misma noche, uno de los seguidores de Mahoma la mató en su propia cama. Luego, cuando el hechor reportó el acto, el Profeta se lo agradeció personalmente diciendo: “Le has ayudado tanto a Dios como a su mensajero.”

Voltaire urgía a sus admiradores: “Aplasta lo infame.”

El Islam hace lo mismo. La diferencia está, claro, en la definición de lo que es “infame”.

Para los caricaturistas irreverentes de Charlie Hebdo,- quienes en el 2011 publicaron una edición con un Mahoma de ojos desbordados, así como antes habían retratado a Jesús como un concursante en el reality “La isla” y al papa Benedicto sosteniendo un condón en misa-, lo infame es la pretensión de las autoridades en cualquier lugar, tanto en política como en religión.

Para quienes mataron a los caricuaturistas–periodistas en la oficina de Charlie Hebdo esta semana, lo infame es burlarse de un profeta que para ellos debe existir libre siquiera una insinuación de crítica.

¡Estas dos posiciones, defendidas con la misma pasión y convicción por ambas partes, son totalmente irreconciliables!

En 1988, por “Los versos satánicos” se le ha impuesto pena de muerte mediante edicto religioso a Salman Rushdie, su autor.

Este caso de Salman Rushdie ha sido el primer síntoma de esa situación. Desde entonces el problema nunca se ha ido.

Continuando...

¿Está bien que los caricaturistas ridiculicen a todos y a cualesquiera, se ofenda a quien se ofenda?

El ataque en las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París, que ha dejado 12 muertos junto con la posterior represalia policíaca, genera un intenso debate.

Aún y cuando para alguno, la revista Charlie Hebdo es racista, vulgar y con una línea editorial grotesca, está claro que no se puede apoyar el ataque a las oficinas de la misma.

Por los comentarios a través de las redes sociales, los musulmanes mismos no aprueban los actos contra los caricaturistas del acto en comento, pero... exigen y demandan un respeto total hacia sus figuras sagradas, incluida la del Profeta.

Sí, los caricaturistas tienen la responsabilidad de transmitir un mensaje y no simplemente alimentar los estereotipos que circulan en los medios de prensa.

Pero, atención, mucho cuidado, se está también cayendo en una satanización del Islam por los actos de un minúsculo grupo intolerante.

Aún si no se cree en el Profesta Mahoma, se debe estar seguro que, al ridiculizarlo se va a causar más y más ira que risa entre los musulmanes.

Tal como dijeran los hindúes hace muchísimos siglos y como retomara Isaac Newton hace casi tres siglos: ¡A toda acción viene una reacción opuesta!

Hay también que aceptar que, la caricatura no es una ofensa burda. Tras ella existe toda una una reflexión, una vuelta de tuerca, una metaforización de la burla y un trabajo creativo.

Los cuatro caricaturistas asesinados han sido:

Charb: Cuarenta y siete años, quien gustaba de provocar, habiendo recibido por ello, amenazas de muerte.

Stéphane Charbonnier: Editor en jefe de la revista satírica.

Tignous y Wolinski son los seudónimos de los otros dos caricaturistas de la revista que murieron en el hecho.

Según la información, los asesinos gritaron “Allahu akbar”, que en español significa Dios es grande.

Charb había defendido fuertemente las caricaturas de la revista Charlie Hebdo sobre el profeta Mahoma, que causaron indignación en el mundo musulmán, y había insistido en que no tenía miedo de represalias.

“No tengo hijos ni esposa”, dijo en una ocasión a la revista Tel Quel. “No tengo un carro ni tengo crédito. Puede sonar un poco pomposo pero prefiero morir de pié que vivir de rodillas.” (Recuérdese esta frase como original del mexicano revolucionario Emiliano Zapata)

Y así ha sido que, ha muerto en su lugar de trabajo, quien no por primera vez era el blanco de críticas y ataques. Charb, de hecho, tenía protección policial.

“Mahoma no es sagrado para mí”, le dijo a la agencia de noticias Associated Press en el 2012, después que la oficina de la revista fuera incendiada.

“Yo no culpo a los musulmanes por no reírse de nuestros dibujos. Yo vivo bajo la ley francesa. Yo no vivo bajo la ley del Corán.”

En el 2007, Charlie Hebdo también se defendió en los tribunales por las caricaturas del profeta Mahoma impresas en la revista que habían enfurecido a los musulmanes.

Pero su sátira antisistema era amplia e incluía burlas a la extrema derecha, al catolicismo y al judaísmo.

El diario belga, La Libre Belgique. dice que una caricatura de Charb publicada esta semana fue inquietantemente premonitoria. Se titulaba: “Todavía no hay ataques en Francia.”

Mostraba a un militante islámico diciendo: “Espere, todavía tenemos hasta finales de Enero para presentar nuestros deseos.”

El día de ayer, ciudadanos franceses salieron a la calles de las principales ciudades del país con la consigna “Je suis Charlie”,- “Yo soy Charlie”-, para solidarizarse con las víctimas de Charlie Hebdo.

Charlie Hebdo fue lanzada en 1969 y estuvo funcionando hasta que cerró en 1981. En 1992 resucitó con una cirulación reducida. Sus oficinas fueron destruidas en un ataque con bomba incendiaria en Noviembre de 2011, un día después que dijeran que el profeta Mahoma sería el “Editor en Jefe” de la siguiente edición.

En una entrevista, Charbonnier dijo que el incidente había sido un ataque a la libertad de prensa y un acto de “extremistas idiotas” que no representaban a la población musulmana en Francia.

Charb dijo que el ataque mostraba que Charlie Hebdo hacía bien al desafiar a los islamistas que “hacen sus vidas tan difíciles como hacen las nuestras”.

El nombre de Charlie Hebdo, tiene su origen en 1970 cuando el semanario,- Hebdomadaire, en francés-, Hara Kiri Hebdo publicó un titular satírico de la noticia de un incendio en una discoteca en la que murieron 146 personas, justo en el mismo mes en que murió el presidente Charles de Gaulle.

Al semanario le prohibieron vender sus ejemplares a menores de edad y le restringieron la publicidad, así, como respuesta, cambiaron el nombre de la publicación a Charlie Hebdo, en alusión a la muerte de De Gaulle.

Como un gran paréntesis, no hay que ir muy lejos para resaltar la persecución a la libertad de expresión. Acá, en el Estado de El Salvador, en el Código Penal, se tipifica:

“ATENTADOS RELATIVOS A LA LIBERTAD DE RELIGION

Art. 296.- El que de cualquier manera impidiere, interrumpiere o perturbare, el libre ejercicio de una religión u ofendiere públicamente los sentimientos o creencias de la misma, escarneciendo de hecho alguno de los dogmas de cualquier religión que tenga prosélitos en la República, haciendo apología contraria a las tradiciones y costumbres religiosas, o que destruyere o causare daño en objetos destinados a un culto, será sancionado con prisión de seis meses a dos años.

Si lo anterior fuere realizado con publicidad, será sancionado con prisión de uno a tres años.

La reiteración de la conducta, será sancionada con prisión de tres a cinco años.

La conducta realizada en forma reiterada y con publicidad, será sancionada con prisión de cuatro años.” (Subrayar es propio de servidor)

Caramba...

¿Qué es esto?

¡Una norma muy ambigua!

¿Una norma muy parecida a la que alegan los islamistas que han cometido este horrendo crimen esta semana en París?

La verdad es que, cualesquiera persona, puede, haciendo uso de su libertad de expresión, expresarse de la forma más grotesca y ofensiva,- si así lo considera conveniente-, sobre cualesquiera credo religioso. ¡Por supuesto, sin caer en la difamación ni en la calumnia, como arriba ya se ha apuntado!

Ya esa etapa que los fundamentalistas islamistas están viviendo hoy en día ha sido dejada atrás por Occidente hace un poco más de doscientos años y setecientos años en otros lugares.

Por supuesto, servidor no estará jamás en acuerdo en ofender las creencias de cualesquiera persona. En última situación, lo que se debe hacer con alguien quien ofende así a un grupo, es marginarlo o “amenazarlo” con que irá directo al infierno al final de su vida por su “blasfemia”, pero en ningún caso se justifica un daño al bien jurídico más apreciado: La vida.

Cualesquiera persona puede adquirir un libro sagrado de la religión y/o credo que sea, y destruirlo en forma pública, y ello no debe ser constitutivo de delito pues se estaría yendo en contra de la libertad de expresión garantizada en la Déclaration Universelle des Droits de l'Homme de las Naciones Unidas y en la propia Constitución salvadoreña.

Hay que recordar que:

“No es función de nuestro gobierno impedir que el ciudadano cometa un error; es función del ciudadano, impedir que el gobierno cometa un error.” Robert H. Jackson, Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, 1950.

Los que en su inicio se oponían a la redacción de la Constitución de los Estados Unidos de América,- EE. UU.-, insistían en que nunca funcionaría; que era imposible una forma de gobierno republicano que abarcara una tierra con “climas, economías, morales, políticas y pueblos tan distintos”, como dijo el gobernador George Clinton de Nueva York; que un gobierno y una Constitución así, como declaró Patrick Henry de Virginia, “contradicen toda la experiencia del mundo”. ¡De todos modos, se intentó el experimento!

Jefferson tuvo poco que ver con la redacción final de la Constitución de los EE. UU.; cuando se estaba gestando, él ocupaba el cargo de embajador estadounidense en Francia.

Defendió la libertad de expresión, en parte para que se pudieran expresar incluso las opiniones más impopulares con el fin de poder ofrecer a consideración desviaciones de la sabiduría convencional. Personalmente era un hombre de lo más amistoso, poco dispuesto a criticar ni siquiera a sus enemigos más encarnizados.

Una razón por la que la Constitución de los EE. UU. es un documento osado y valiente es porque permite el cambio continuo, hasta de la forma de gobierno, si el pueblo lo desea. Como nadie dispone de la sabiduría suficiente para prever qué ideas responderán a las necesidades sociales más apremiantes,- aunque sean contrarias a la institución y hayan causado preocupación en el pasado-, este documento intenta garantizar la expresión más plena y libre de las opiniones.

¡Desde luego, ello tiene un precio! La mayoría defiende la libertad de expresión cuando ve en peligro que se supriman las propias opiniones. Sin embargo, no preocupa tanto cuando opiniones que se desprecian encuentran de vez en cuando un poco de censura.

Pero, dentro de ciertas circunstancias estrechamente circunscritas, como el famoso ejemplo del Juez de Paz, Oliver Wendell Holmes, quien condena al que crea el pánico gritando “fuego” en un teatro lleno sin ser verdad, se permiten grandes libertades en los EE. UU. y Europa.

Otro caso extremo: Aunque se burlen de los valores judeo-cristianos-islámicos, aunque ridiculicen todo lo que para los demás es más sagrado, los adoradores del mal tienen derecho a practicar su religión, siempre que no infrinjan ninguna ley constitucional en vigor.

El gobierno no puede censurar un artículo científico o un libro popular que pretenda afirmar la “superioridad” de una raza sobre otra, por muy pernicioso que sea. ¡El remedio para un argumento falaz es un argumento mejor, no la supresión de la idea!

Grupos e individuos tienen libertad de denunciar que una conspiración judía o masónica domina el mundo, o que el gobierno federal está aliado con el diablo.

Un individuo, si lo desea, puede ensalzar la vida y la política de asesinos de masas tan indiscutibles como Adolf Hitler, Josef Stalin y Mao Zedong. ¡Hasta las opiniones más detestables tienen derecho a ser oídas!

En su celebrado libro sobre la libertad, el filósofo inglés John Stuart Mill defendía que silenciar una opinión es “un mal peculiar”.

Si la opinión es buena, se arrebata la “oportunidad de cambiar el error por la verdad”; y, si es mala, se priva de una comprensión más profunda de la verdad en “su colisión con el error”. Si sólo se conoce la propia versión del argumento, apenas se sabe siquiera eso; se vuelve insulsa, pronto aprendida de memoria, sin comprobación, una verdad pálida y sin vida.

Mill también escribió: “Si la sociedad permite que un número considerable de sus miembros crezcan como si fueran niños, incapaces de guiarse por la consideración racional de motivos distantes, la propia sociedad es culpable.”

Jefferson exponía lo mismo aún con mayor fuerza: “Si una nación espera ser ignorante y libre en un estado de civilización, espera lo que nunca fue y lo que nunca será.”

En una carta a Madison, abundó en la idea: “Una sociedad que cambia un poco de libertad por un poco de orden los perderá ambos y no merecerá ninguno.”

Hay gente que, cuando se le ha permitido escuchar opiniones alternativas y someterse a un debate sustancial, ha cambiado de opinión. ¡Puede ocurrir!

Por ejemplo, Hugo Black, en su juventud, era miembro del Ku Klux Klan; más tarde se convirtió en juez de la Suprema Corte y fue uno de los defensores de las históricas decisiones del tribunal basadas en parte en la XIV Enmienda a la Constitución que afirmaron los derechos civiles de todos los estadounidenses. Se decía de él que, de joven, se puso túnicas blancas para asustar a los negros y, de mayor, se vistió con túnicas negras para asustar a los blancos.

La Suprema Corte de los EE. UU., en una sentencia histórica que ha levantado ampollas a lo largo y a lo ancho del país, ha decretado que la quema de la bandera nacional en manifestaciones pacíficas no constituye un delito, sino que es un acto protegido por la primera enmienda de la Constitución, que establece el derecho a la libertad de expresión.

La sentencia, que fue inmediatamente atacada por todas las asociaciones patrióticas y de ex combatientes, constituye un ejemplo de la independencia de criterio de los jueces del alto tribunal y la mejor demostración del prestigio que goza la institución en los EE. UU.

En su explicación de voto de la mayoría, el Juez William J. Brenan manifestó que “el castigo de los que profanan la bandera no constituye una santificación de la misma, ya que al castigarlos diluimos la libertad de lo que este querido emblema representa”.

“El Gobierno no puede prohibir la expresión [de una opinión] simplemente porque no está de acuerdo con el mensaje”, añadió Brenan en su explicación escrita. Por su parte, el conservador Kennedy casi recurrió al viejo aforismo del Derecho Romano, dura lex sed lex, para explicar su voto a favor de la decisión. “Mucha gente”, dijo, “incluso aquellos que han tenido el honor singular de llevar la bandera en el combate se mostrarán consternados con nuestra decisión.” “Pero hay veces que es necesario tomar decisiones que no nos gustan. Es irónico y a la vez fundamental que la bandera debe también proteger a aquellos que no la acatan”, añadió.

Por su parte, en su explicación de voto de la minoría el presidente de la Suprema Corte, William Rehnquist declaró que, “durante más de 200 años de historia la bandera se había convertido en el símbolo visible que personifica a los Estados Unidos de América”. “No puedo estar de acuerdo en que la primera enmienda invalida la ley federal y las leyes de los 48 Estados que consideran un delito la quema de la bandera nacional”, dijo. (De los 50 Estados de la Unión, sólo Wyoming y Alaska no consideran delito la quema de banderas)

¿Un coto o límite a la libertad de expresión?

¡Tous nous devons être Charlie!

¡Acaso, ¿Todos debemos ser Charlie?!

¡Saque el lector sus propias conclusiones!



DOM 11 ENE 15




1 comentario:

  1. Yo estoy totalmente de acuerdo con la "libertad de expresión", siempre y cuando no ofendamos, simplemente exponer nuestro punto de vista. No tenemos derecho a quitarle la vida a otra persona solo porque piensa diferente. Si yo no estoy de acuerdo con alguien y me hace sentir incómoda su pensamiento, entonces: me alejo de él, lo elimino de mis redes sociales o me lleno de tolerancia, y sigo siendo su amiga. Que bonito artículo Ing. Campos.

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