Una caricatura,- del italiano “caricare”, que se traduce como “cargar” y “exagerar”-, es un retrato que distorsiona la apariencia de una o varias personas, en ocasiones un retrato de la sociedad reconocible, para crear un parecido fácilmente identificable, generalmente humorístico.
La caricatura como género artístico suele ser un retrato, u otra
representación humorística que exagera los rasgos físicos o faciales, la
vestimenta, o bien aspectos de comportamiento o los modales característicos de
un individuo, con el fin de producir un efecto grotesco y humorístico.
Puede ser también el medio de ridiculizar situaciones e instituciones
políticas, sociales o religiosas, y los actos de grupos o clases sociales. En
este caso, suele tener una intención satírica más que humorística, con el fin
de alentar el cambio político o social.
El término caricatura es extensible a las exageraciones por medio de la
descripción verbal y escrita. En el ámbito literario es también frecuente hablar
de “caricatura” y, en tal sentido “caricaturas literarias” son en cierto
aspecto las conocidas obras de Cervantes, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo o
las del chileno contemporáneo Jenaro Prieto.
Algo que sí debe respetar el caricaturista es el hecho de no incurrir en
la difamación,- distorsionar la buena fama de la persona sin fundamento
alguno-, ni en la calumnia,- atribuir falsamente ilícitos y/o delitos al
individuo en cuestión-.
Esta
semana se ha realizado un atentado, privando de la vida a cuatro caricaturistas
de la revista satírica parisina Charlie Hebdo. A la postre, con la cacería policial
en respuesta, han sido en total doce los caídos en esta semana sangrienta que
dificilmente podrá ser olvidada en París, toda Francia y el mundo entero.
De entrada, pregúntese el lector:
¿Debe la libertad de expresión tener límites?
Guárdese la pregunta en un lugar de la mente.
Continuando…
¡No solo las religiones tienen mártires! El 1º de Julio de 1766 en
Abbeville, norte de Francia, un joven noble llamado Lefebvre de la Barre fue
condenado por blasfemia. Los cargos en su contra eran numerosos: Haber defecado
en un crucifijo, escupido imágenes religiosas y rehusado a quitarse el sombrero
cuando pasó una procesión religiosa.
Esos “crímenes”, junto con la destrucción de una cruz de madera en el
puente principal de la localidad, fueron suficientes para que lo sentenciaran a
muerte. Se le cortó la lengua y la cabeza, y luego, sus restos mortales fueron
quemados y tirados al río Somme.
Entre sus cenizas estaban las de un libro que habían encontrado en el
estudio de la Barre y consignado a las llamas junto con su cuerpo: El “Diccionario
Filosófico”, del notable filósofo Voltaire.
¡Así, el libro de Voltaire fue
condenado junto con su dueño!
Desde su refugio en Suiza, Voltaire, al enterarse del destino de su
lector, se horrorizó y exclamó: “La superstición hace que el mundo estalle en
llamas.”
Dos siglos y medio más tarde, lo que parece blasfemia a la casi
totalidad de la población de Occidente y del mundo entero, es el hecho que se mate
a alguien por criticar un dogma religioso.
Ya los valores de la libertad de expresión y tolerancia por los que hizo
campaña Voltaire toda su vida, se han consagrado como la encarnación misma de
lo que los europeos, en general, valoran más de su propia civilización.
En Francia, donde los ideales laicos son atesorados con más tesón,
regularmente se invoca a Voltaire cuando se percibe que el legado de la
Ilustración está siendo amenazado.
Al momento en el cual Philippe Val, editor de Charlie Hebdo, publicó un libro en el 2008, en el que defendía
el derecho de los caricaturistas a burlarse de los tabúes religiosos, el título
era elocuente y no se refería a los cristianos: “Vuelve Voltaire, se están
volviendo locos.”
A partir del siglo XVIII, la configuración religiosa mundidal ha
cambiado radicalmente. Los seguidores del catolicismo y el poder de esta rama
del cristianismo han ido en franca retirada,- muy precipitada por cierto-, y
por otra parte, el protestantismo,- no llamándole así en forma peyorativa, mas
bien honrándole por su valentía-, y el islamismo se han propagado rápidamente
en una forma que realmente mete miedo a aquél.
El Islam, a diferencia del catolicismo, desaprueba de tajo el arte
figurativo. Además considera a Mahoma,- el Profeta quien recibió la revelación
divina en el Corán-, como el modelo de la conducta humana.
Los juristas musulmanes siempre han considerado los insultos en contra
de Mahoma como el equivalente a la incredulidad, y ésta, así como la infidelidad,
ha sido un crimen que merece el infierno.
Sin embargo, nada en el Corán califica la incredulidad como una ofensa
capital: “La verdad viene de nuestro Señor así que quien lo desee, déjenlo
creer, y quien lo desee, déjenlo descreer.”
A pesar de lo arriba expuesto, una historia preservada en la biografía
más antigua de las que sobreviven de Mahoma sugiere una visión más punitiva.
Tan punitiva que, algunos estudiosos musulmanes,- quienes generalmente se
resisten más a aceptar que la versión antigua de la biografía de su profeta
pueda ser poco fiable-, han llegado hasta a cuestionar su veracidad.
La historia habla sobre el destino de Asma bint Marwan, una poetisa de
la Meca. Después que ella se burló de Mahoma en sus versos, él gritó: “¿Quién
se deshará por mí de la hija de Marwan?”
¡Dicho y hecho!
Esa misma noche, uno de los seguidores de Mahoma la mató en su propia
cama. Luego, cuando el hechor reportó el acto, el Profeta se lo agradeció
personalmente diciendo: “Le has ayudado tanto a Dios como a su mensajero.”
Voltaire urgía a sus admiradores: “Aplasta lo infame.”
El Islam hace lo mismo. La diferencia está, claro, en la definición de lo
que es “infame”.
Para los caricaturistas irreverentes de Charlie Hebdo,- quienes en el 2011 publicaron una edición con un
Mahoma de ojos desbordados, así como antes habían retratado a Jesús como un
concursante en el reality “La isla” y al papa Benedicto sosteniendo un condón
en misa-, lo infame es la pretensión de las autoridades en cualquier lugar, tanto
en política como en religión.
Para quienes mataron a los caricuaturistas–periodistas en la oficina de Charlie Hebdo esta semana, lo infame
es burlarse de un profeta que para ellos debe existir libre siquiera una
insinuación de crítica.
¡Estas dos posiciones, defendidas con la misma pasión y convicción por
ambas partes, son totalmente irreconciliables!
En 1988, por “Los versos satánicos” se
le ha impuesto pena de muerte mediante edicto religioso a Salman Rushdie, su
autor.
Este caso de Salman Rushdie ha sido el primer síntoma de esa situación.
Desde entonces el problema nunca se ha ido.
Continuando...
¿Está bien que los caricaturistas ridiculicen a todos y a cualesquiera,
se ofenda a quien se ofenda?
El ataque en las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París,
que ha dejado 12 muertos junto con la posterior represalia policíaca, genera un
intenso debate.
Aún y cuando para alguno, la revista Charlie Hebdo es racista, vulgar y
con una línea editorial grotesca, está claro que no se puede apoyar el ataque a
las oficinas de la misma.
Por los comentarios a través de las
redes sociales, los musulmanes mismos no aprueban los actos contra los
caricaturistas del acto en comento, pero... exigen y demandan un respeto total
hacia sus figuras sagradas, incluida la del Profeta.
Sí, los caricaturistas tienen la responsabilidad de transmitir un
mensaje y no simplemente alimentar los estereotipos que circulan en los medios
de prensa.
Pero, atención, mucho cuidado, se está también cayendo en una
satanización del Islam por los actos de un minúsculo grupo intolerante.
Aún si no se cree en el Profesta Mahoma, se debe estar seguro que, al
ridiculizarlo se va a causar más y más ira que risa entre los musulmanes.
Tal como dijeran los hindúes hace muchísimos siglos y como retomara
Isaac Newton hace casi tres siglos: ¡A toda acción viene una reacción opuesta!
Hay también que aceptar que, la caricatura no es una ofensa burda. Tras
ella existe toda una una reflexión, una vuelta de tuerca, una metaforización de
la burla y un trabajo creativo.
Los cuatro caricaturistas asesinados han sido:
Charb: Cuarenta y siete años, quien gustaba de provocar, habiendo
recibido por ello, amenazas de muerte.
Stéphane Charbonnier: Editor en jefe de la revista satírica.
Tignous y Wolinski son los seudónimos de los otros dos caricaturistas de
la revista que murieron en el hecho.
Según la información, los asesinos gritaron “Allahu akbar”, que en español significa Dios es grande.
Charb había defendido fuertemente las caricaturas de la revista Charlie
Hebdo sobre el profeta Mahoma, que causaron indignación en el mundo musulmán, y
había insistido en que no tenía miedo de represalias.
“No tengo hijos ni esposa”, dijo en una ocasión a la revista Tel Quel. “No
tengo un carro ni tengo crédito. Puede sonar un poco pomposo pero prefiero
morir de pié que vivir de rodillas.” (Recuérdese esta frase como original del mexicano
revolucionario Emiliano Zapata)
Y así ha sido que, ha muerto en su lugar de trabajo, quien no por
primera vez era el blanco de críticas y ataques. Charb, de hecho, tenía
protección policial.
“Mahoma no es sagrado para mí”, le dijo a la agencia de noticias
Associated Press en el 2012, después que la oficina de la revista fuera
incendiada.
“Yo no culpo a los musulmanes por no reírse de nuestros dibujos. Yo vivo
bajo la ley francesa. Yo no vivo bajo la ley del Corán.”
En el 2007, Charlie Hebdo también se defendió en los tribunales por las
caricaturas del profeta Mahoma impresas en la revista que habían enfurecido a
los musulmanes.
Pero su sátira antisistema era amplia e incluía burlas a la extrema
derecha, al catolicismo y al judaísmo.
El diario belga, La Libre
Belgique. dice que una caricatura de Charb publicada esta semana fue
inquietantemente premonitoria. Se titulaba: “Todavía no hay ataques en Francia.”
Mostraba a un militante islámico diciendo: “Espere, todavía tenemos
hasta finales de Enero para presentar nuestros deseos.”
El día de ayer, ciudadanos franceses
salieron a la calles de las principales ciudades del país con la consigna “Je
suis Charlie”,- “Yo soy Charlie”-, para solidarizarse con las víctimas de
Charlie Hebdo.
Charlie Hebdo fue lanzada en 1969 y estuvo funcionando hasta que cerró
en 1981. En 1992 resucitó con una cirulación reducida. Sus oficinas fueron
destruidas en un ataque con bomba incendiaria en Noviembre de 2011, un día
después que dijeran que el profeta Mahoma sería el “Editor en Jefe” de la
siguiente edición.
En una entrevista, Charbonnier dijo que el incidente había sido un
ataque a la libertad de prensa y un acto de “extremistas idiotas” que no
representaban a la población musulmana en Francia.
Charb dijo que el ataque mostraba que Charlie Hebdo hacía bien al
desafiar a los islamistas que “hacen sus vidas tan difíciles como hacen las
nuestras”.
El nombre de Charlie Hebdo, tiene su origen en 1970 cuando el semanario,-
Hebdomadaire, en francés-, Hara Kiri Hebdo publicó un titular satírico de la
noticia de un incendio en una discoteca en la que murieron 146 personas, justo
en el mismo mes en que murió el presidente Charles de Gaulle.
Al semanario le prohibieron vender sus ejemplares a menores de edad y le
restringieron la publicidad, así, como respuesta, cambiaron el nombre de la
publicación a Charlie Hebdo, en alusión a la muerte de De Gaulle.
Como
un gran paréntesis, no hay que ir muy lejos para resaltar la persecución a la libertad
de expresión. Acá, en el Estado de El Salvador, en el Código Penal, se
tipifica:
“ATENTADOS RELATIVOS A LA LIBERTAD DE RELIGION
Art. 296.- El que de cualquier manera impidiere, interrumpiere o perturbare, el libre
ejercicio de una religión u ofendiere públicamente los sentimientos o creencias
de la misma, escarneciendo de hecho alguno de los dogmas de cualquier religión
que tenga prosélitos en la República, haciendo apología contraria
a las tradiciones y costumbres religiosas, o que destruyere o causare daño en
objetos destinados a un culto, será sancionado con prisión de seis meses a
dos años.
Si lo anterior fuere
realizado con publicidad, será sancionado con prisión de uno a tres años.
La reiteración de la
conducta, será sancionada con prisión de tres a cinco años.
La
conducta realizada en forma reiterada y con publicidad, será sancionada con
prisión de cuatro años.” (Subrayar es propio de servidor)
Caramba...
¿Qué
es esto?
¡Una
norma muy ambigua!
¿Una
norma muy parecida a la que alegan los islamistas que han cometido este
horrendo crimen esta semana en París?
La
verdad es que, cualesquiera persona, puede, haciendo uso de su libertad de
expresión, expresarse de la forma más grotesca y ofensiva,- si así lo considera
conveniente-, sobre cualesquiera credo religioso. ¡Por supuesto, sin caer en la
difamación ni en la calumnia, como arriba ya se ha apuntado!
Ya
esa etapa que los fundamentalistas islamistas están viviendo hoy en día ha sido
dejada atrás por Occidente hace un poco más de doscientos años y setecientos
años en otros lugares.
Por
supuesto, servidor no estará jamás en acuerdo en ofender las creencias de
cualesquiera persona. En última situación, lo que se debe hacer con alguien
quien ofende así a un grupo, es marginarlo o “amenazarlo” con que irá directo al
infierno al final de su vida por su “blasfemia”, pero en ningún caso se
justifica un daño al bien jurídico más apreciado: La vida.
Cualesquiera
persona puede adquirir un libro sagrado de la religión y/o credo que sea, y
destruirlo en forma pública, y ello no debe ser constitutivo de delito pues se
estaría yendo en contra de la libertad de expresión garantizada en la Déclaration
Universelle des Droits de l'Homme de las Naciones Unidas y en la propia
Constitución salvadoreña.
Hay que recordar
que:
“No
es función de nuestro gobierno impedir que el ciudadano cometa un error; es
función del ciudadano, impedir que el gobierno cometa un error.” Robert H.
Jackson, Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, 1950.
Los
que en su inicio se oponían a la redacción de la Constitución de los Estados
Unidos de América,- EE. UU.-, insistían en que nunca funcionaría; que era
imposible una forma de gobierno republicano que abarcara una tierra con “climas,
economías, morales, políticas y pueblos tan distintos”, como dijo el gobernador
George Clinton de Nueva York; que un gobierno y una Constitución así, como
declaró Patrick Henry de Virginia, “contradicen toda la experiencia del mundo”.
¡De todos modos, se intentó el experimento!
Jefferson
tuvo poco que ver con la redacción final de la Constitución de los EE. UU.;
cuando se estaba gestando, él ocupaba el cargo de embajador estadounidense en
Francia.
Defendió
la libertad de expresión, en parte para que se pudieran expresar incluso las
opiniones más impopulares con el fin de poder ofrecer a consideración
desviaciones de la sabiduría convencional. Personalmente era un hombre de lo
más amistoso, poco dispuesto a criticar ni siquiera a sus enemigos más
encarnizados.
Una
razón por la que la Constitución de los EE. UU. es un documento osado y
valiente es porque permite el cambio continuo, hasta de la forma de gobierno,
si el pueblo lo desea. Como nadie dispone de la sabiduría suficiente para
prever qué ideas responderán a las necesidades sociales más apremiantes,- aunque
sean contrarias a la institución y hayan causado preocupación en el pasado-, este
documento intenta garantizar la expresión más plena y libre de las opiniones.
¡Desde
luego, ello tiene un precio! La mayoría defiende la libertad de expresión
cuando ve en peligro que se supriman las propias opiniones. Sin embargo, no
preocupa tanto cuando opiniones que se desprecian encuentran de vez en cuando
un poco de censura.
Pero,
dentro de ciertas circunstancias estrechamente circunscritas, como el famoso
ejemplo del Juez de Paz, Oliver Wendell Holmes, quien condena al que crea el pánico
gritando “fuego” en un teatro lleno sin ser verdad, se permiten grandes
libertades en los EE. UU. y Europa.
Otro
caso extremo: Aunque se burlen de los valores judeo-cristianos-islámicos,
aunque ridiculicen todo lo que para los demás es más sagrado, los adoradores
del mal tienen derecho a practicar su religión, siempre que no infrinjan
ninguna ley constitucional en vigor.
El
gobierno no puede censurar un artículo científico o un libro popular que
pretenda afirmar la “superioridad” de una raza sobre otra, por muy pernicioso
que sea. ¡El remedio para un argumento falaz es un argumento mejor, no la
supresión de la idea!
Grupos
e individuos tienen libertad de denunciar que una conspiración judía o masónica
domina el mundo, o que el gobierno federal está aliado con el diablo.
Un
individuo, si lo desea, puede ensalzar la vida y la política de asesinos de masas
tan indiscutibles como Adolf Hitler, Josef Stalin y Mao Zedong. ¡Hasta las
opiniones más detestables tienen derecho a ser oídas!
En
su celebrado libro sobre la libertad, el filósofo inglés John Stuart Mill
defendía que silenciar una opinión es “un mal peculiar”.
Si
la opinión es buena, se arrebata la “oportunidad de cambiar el error por la
verdad”; y, si es mala, se priva de una comprensión más profunda de la verdad
en “su colisión con el error”. Si sólo se conoce la propia versión del
argumento, apenas se sabe siquiera eso; se vuelve insulsa, pronto aprendida de
memoria, sin comprobación, una verdad pálida y sin vida.
Mill
también escribió: “Si la sociedad permite que un número considerable de sus
miembros crezcan como si fueran niños, incapaces de guiarse por la
consideración racional de motivos distantes, la propia sociedad es culpable.”
Jefferson
exponía lo mismo aún con mayor fuerza: “Si una nación espera ser ignorante y
libre en un estado de civilización, espera lo que nunca fue y lo que nunca será.”
En
una carta a Madison, abundó en la idea: “Una sociedad que cambia un poco de
libertad por un poco de orden los perderá ambos y no merecerá ninguno.”
Hay
gente que, cuando se le ha permitido escuchar opiniones alternativas y
someterse a un debate sustancial, ha cambiado de opinión. ¡Puede ocurrir!
Por
ejemplo, Hugo Black, en su juventud, era miembro del Ku Klux Klan; más tarde se
convirtió en juez de la Suprema Corte y fue uno de los defensores de las
históricas decisiones del tribunal basadas en parte en la XIV Enmienda a la
Constitución que afirmaron los derechos civiles de todos los estadounidenses. Se
decía de él que, de joven, se puso túnicas blancas para asustar a los negros y,
de mayor, se vistió con túnicas negras para asustar a los blancos.
La Suprema
Corte de los EE. UU., en una sentencia histórica que ha levantado ampollas a lo
largo y a lo ancho del país, ha decretado que la quema de la bandera nacional
en manifestaciones pacíficas no constituye un delito, sino que es un acto
protegido por la primera enmienda de la Constitución, que establece el derecho
a la libertad de expresión.
La sentencia,
que fue inmediatamente atacada por todas las asociaciones patrióticas y de ex
combatientes, constituye un ejemplo de la independencia de criterio de los jueces
del alto tribunal y la mejor demostración del prestigio que goza la institución
en los EE. UU.
En su
explicación de voto de la mayoría, el Juez William J. Brenan manifestó que “el
castigo de los que profanan la bandera no constituye una santificación de la
misma, ya que al castigarlos diluimos la libertad de lo que este querido
emblema representa”.
“El Gobierno
no puede prohibir la expresión [de una opinión] simplemente porque no está de
acuerdo con el mensaje”, añadió Brenan en su explicación escrita. Por su parte,
el conservador Kennedy casi recurrió al viejo aforismo del Derecho Romano, dura
lex sed lex, para explicar su voto a favor de la decisión. “Mucha gente”,
dijo, “incluso aquellos que han tenido el honor singular de llevar la bandera
en el combate se mostrarán consternados con nuestra decisión.” “Pero hay veces
que es necesario tomar decisiones que no nos gustan. Es irónico y a la vez
fundamental que la bandera debe también proteger a aquellos que no la acatan”,
añadió.
Por su parte,
en su explicación de voto de la minoría el presidente de la Suprema Corte, William
Rehnquist declaró que, “durante más de 200 años de historia la bandera se había
convertido en el símbolo visible que personifica a los Estados Unidos de América”.
“No puedo estar de acuerdo en que la primera enmienda invalida la ley federal y
las leyes de los 48 Estados que consideran un delito la quema de la bandera
nacional”, dijo. (De los 50 Estados de la Unión, sólo Wyoming y Alaska no
consideran delito la quema de banderas)
¿Un coto o
límite a la libertad de expresión?
¡Tous nous devons être Charlie!
¡Acaso, ¿Todos
debemos ser Charlie?!
¡Saque el
lector sus propias conclusiones!
DOM 11 ENE 15
Yo estoy totalmente de acuerdo con la "libertad de expresión", siempre y cuando no ofendamos, simplemente exponer nuestro punto de vista. No tenemos derecho a quitarle la vida a otra persona solo porque piensa diferente. Si yo no estoy de acuerdo con alguien y me hace sentir incómoda su pensamiento, entonces: me alejo de él, lo elimino de mis redes sociales o me lleno de tolerancia, y sigo siendo su amiga. Que bonito artículo Ing. Campos.
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