Hay una expresión con un origen en
verdad llamativo, como consecuencia de determinados acontecimientos históricos
que marcaron un antes y un después en la forma de entender la vida, la guerra y
las relaciones personales.
La frase “Quemar las naves” mantiene su sentido original desde su
incorporación al lenguaje coloquial. Tanto hoy como hace más de dos mil
trescientos años, la misma ha sido sinónimo de lanzarse tras un objetivo a la
desesperada, renunciando a la posibilidad de dar marcha atrás ante un eventual
fracaso.
La versión más conocida es que, Hernán
Cortés, en su campaña de sometimiento de tierras en lo que hoy es México, en
1521, para conjurar un motín, en un sumario consejo de guerra mandó hundir, no
a quemar, casi la totalidad de sus naves. De esta forma, quedaba eliminada la
posibilidad que sus hombres se echaran atrás e iniciaran el retorno a la tierra
propia. ¡Ya no había más opción que continuar sin posibilidad de dar marcha
atrás!
Sin embargo, la versión más consistente
sobre el nacimiento de la expresión, tiene su origen hace más de veintitrés siglos,
según apunta Manuel Campuzano en su libro “Alejandro Magno. La excelencia desde
el liderazgo”.
Este rey de Macedonia dió vida a esta
expresión a partir de una maniobra militar cuando al llegar a la costa Fenicia,
observó que sus enemigos le triplicaban en número y que sus tropas se veían
derrotadas antes de pisar el campo de batalla. ¡Inmediatamente desembarcó y mandó
quemar todas las naves!
Mientras la flota ardía, reunió a sus
hombres y les dijo: “Observen cómo se queman los barcos... Esa es la única
razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a
nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia
nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir
victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por el
mar. Cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los
barcos de nuestros enemigos.”
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Por lo general, en casi todos los
estados modernos, son tres los poderes que funcionan y llevan las riendas del
gobierno: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Sin embargo, en los Estados Unidos
de América,- EE. UU.-, el modelo de moderna democracia por excelencia, de facto
funciona un cuarto poder que, en verdad es un poder en todo el sentido de la
palabra.
Precisamente gracias a la forma de
democracia que se practica en esa nación, las maniobras y componendas políticas
ilegales no son toleradas por la población, de forma tal que, es común y
frecuente la renuncia de políticos y funcionarios que de otra forma quedarían
impunes ante la “justicia” una vez que la prensa expone a la opinión pública
esas anomalías. Esto constituye una gran escuela y lección digna de ser aprendida
y hecha propia de parte del resto de las naciones del mundo, principalmente en
los países del tercer mundo.
“Cinco hombres, uno de los cuales
afirma ser un antiguo empleado de la CIA, fueron detenidos ayer Sábado a las
2:30 horas de la madrugada cuando intentaban llevar a cabo lo que las
autoridades han descrito como un plan elaborado para espiar las oficinas del
Comité Nacional del Partido Demócrata en Washington.”
La anterior notica, sin más
comentarios, fué publicada el 18 de Junio de 1972,- hace poco más de cincuenta
años-, en el periódico The Washington Post de la capital estadounidense. Pocos
la notaron, casi nadie prestó atención a ella; sin embargo, cayó como una bomba
a pocos metros de la redacción, en el Despacho Oval del entonces presidente
Richard Milhous Nixon, quien sí sabía mucho sobre el asunto. De esta forma había
dado inicio el famoso “Escándalo Watergate”.
Todo se trataba de un espionaje por
parte del equipo de campaña del presidente Nixon a sus rivales políticos, lo
cual es tajantemente prohibido por la ley en EE. UU., apenas unos meses antes
de las elecciones de Noviembre en las que el presidente buscaba la reelección y
la logró en forma aplastante.
Dos han sido los periodistas que saltaron
a la fama por su valiente investigación y develación de todo el ilícito: Bob
Woodward y Carl Bernstein. Ambos tuvieron el privilegio de una fuente de la que
siempre se negaron a brindar su nombre, la cual fué tan solo conocida en su
momento como: “Garganta Profunda.” Muchísimos años más tarde, Mark Felt, un
antiguo miembro de la cúpula del FBI, reveló que él era esa fuente, mismo
confirmado por los dos periodistas.
Una pregunta, concreta al lector antes
de continuar: Un funcionario que denuncia la corrupción del gobierno que
integra, ¿es un benefactor de la democracia o un traidor a los suyos?
Este escándalo, condujo a la primera y
única renuncia de un presidente de EE. UU., precisamente el día 8 de Agosto de
1974.
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