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domingo, 28 de diciembre de 2025

APUNTES SOBRE UN IMPERIO RECIENTE

 


ADOLF HITLER CUANDO NIÑO


Al frente del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán –NSDAP, por sus siglas en alemán y conocido como Partido Nazi– el 30 de enero de 1933 fue designado Adolf Hitler como canciller de Alemania. Éste, guiado por ideas racistas y autoritarias, abolió las libertades básicas. El Drittes Reich –Tercer Imperio o Tercer Reich– implantado por él, se volvió un estado policial, en el que las personas podían ser sometidas arbitrariamente al arresto y al encarcelamiento. ¡El disenso y la oposición no eran aceptados!

 

Hitler en sus primeros meses comenzó una política de sincronización forzando a las organizaciones, partidos políticos y gobiernos estatales a alinearse con los objetivos nazis y a colocarse bajo el dominio del partido. La cultura, la economía, la educación y la ley quedaron bajo absoluto control.

 

A mediados de julio de 1933, el NSDAP era el único partido político permitido en Alemania. La voluntad del Führer –Líder, como se hacía llamar Hitler– se convirtió en la base de la política de gobierno. ¡Hitler era amo y señor del Tercer Reich!

 

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La participación de Alemania en la Gran Guerra –Primera Guerra Mundial– fue motivada por un sistema de alianzas –apoyo a Austria-Hungría–, el deseo de expansión imperialista y económica, y el temor al cerco por parte de la Triple Entente.

 

El asesinato del archiduque heredero del Imperio Austro–Húngaro, Francisco Fernando, en Sarajevo en 1914, fue el detonante que llevó a Alemania a activar su maquinaria militar en apoyo a este aliado contra Serbia, lo que escaló el conflicto con Rusia y Francia. Pero, ¡esa es otra historia!

 

La guerra fue un desastre para Alemania y luego de su derrota se le impuso onerosas reparaciones de guerra establecidas en el Tratado de Versalles de 1919. Esas severas condiciones económicas, sumadas a la pérdida de territorios, desmilitarización y la cláusula de “Culpa de la Guerra”, paralizaron la economía alemana y fomentaron inestabilidad política.

 

Alemania no logró cumplir con los pagos, y dentro de un contexto de hiperinflación en 1923, el Ruhr –Alemania– fue ocupado por Francia y Bélgica –cobro forzoso vía carbón y hierro– empeorando la situación económica alemana.

 

Al hacerse con el poder, Hitler suspendió los pagos en 1933. Ya en su campaña política se había encargado de endulzar el oído del pueblo alemán, diciendo a éste lo que quería oír: “haría grande de nuevo a Alemania” y “devolvería la gloria a Alemania”.

 

Según Hitler, los responsables de los males de Alemania eran los vencedores de la Primera Guerra Mundial y la población judía alemana –misma que ostentaba un gran poder económico–. Lo malo que acontecía en Alemania era culpa de los enemigos externos y… de los judíos. Así, responsabilizó a un grupo étnico extranjero de los males propios y… ¡el pueblo alemán lo creyó!

 

Por supuesto, ese grupo étnico debía ser expulsado del territorio nacional por ser el causante de los males de Alemania. Entonces, mediante la promulgación de las Leyes de Núremberg en 1935, se quitó la ciudadanía alemana a los judíos y por su nuevo status de inmigrantes ilegales, debían ser expulsados de inmediato. De esa forma, se coadyuvó en la recuperación del honor y orgullo del país. ¡Se estaba haciendo grande a Alemania de nuevo!

 

Curiosamente, Hitler era un inmigrante por haber nacido en Braunau am Inn, Austria–Hungría, en 1889, aunque de etnia alemana. Además, se dice que su sangre no era totalmente aria –superior– pues había entre sus ancestros una mácula judía –¿leyenda urbana para dar más morbo a la historia?–.

 

Hitler se trasladó a Viena y luego, en 1913, a Múnich, Alemania, donde se enlistó en el ejército. Obtuvo la ciudadanía alemana hasta 1932, poco antes de convertirse en Canciller. ¡Nadie es profeta en su tierra!

 

Otra curiosidad es que Hitler se mudó a Alemania para evitar el servicio militar en el ejército austrohúngaro y por considerar a Alemania su verdadera patria. Luego luchó en la Gran Guerra con el ejército bávaro.

 

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El 1º de septiembre de 1939 da inicio la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia por parte de Alemania. Este ataque causó que dos días después Gran Bretaña y Francia declararan la guerra a Alemania, extendiendo el conflicto a nivel mundial, con una duración de seis años hasta 1945.

 

En honor a la verdad, puede decirse que la Wehrmacht –ejército alemán– era en sus inicios un ejército profesional y honorable, respetuoso de las leyes, normas y reglas de la guerra. En esos días, para todo alemán era un gran honor ser considerado para la leva o conscripción.

 

Sin embargo, en un proceso gradual pero sistemático y constante –por la línea de pensamiento de Hitler– ese ejército profesional y honorable se fue convirtiendo y tornando por sus actos en un grupo de auténticos vándalos, forajidos y criminales que se apropiaba de los recursos y riquezas de los países invadidos por la fuerza.

 

El punto más álgido de esta conversión llega en 1941 con la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS– en la llamada Operación Barbarroja. Se da la orden de destruir la población, cultura y estructura social del pueblo soviético mediante la eliminación de los comisarios, jefes políticos y de la población en general –similar se hizo en otros países de Europa del Este–. Así, se dejaba a un lado la observación y respeto de los convenios internacionales de la guerra. Por otra parte, la complicidad en el crimen de lesa humanidad contra los judíos acabó dejando una imagen y marca indeleble entre los militares alemanes como meros vulgares asesinos.

 

Según el gobierno alemán, los soldados propios “no cometían crímenes de guerra” y cuando grupos de guerrilleros partisanos atacaban a los soldados alemanes y causaban bajas entre éstos –como represalia– se ejecutaban civiles hasta en proporciones de varios inocentes por cada soldado asesinado. Los militares alemanes no eran obedientes del debido proceso, de la duda razonable ni del respeto de los civiles.

 

Muchos fueron los militares alemanes –soldados y oficiales– que sufrieron un resquebrajamiento de su moral ante lo que ellos consideraban actos inmorales, asesinatos injustificados y crímenes de guerra, pues no era para ello que habían sido entrenados ni preparados. Y es que, el humano promedio tiene en su interior algo conocido como “conciencia” que lo lleva a cavilar, meditar, juzgarse y arrepentirse de sus malas acciones.

 

Para bien de la humanidad, el Deutsches Reich –Imperio Alemán– cayó. Y es que, devolver la gloria y grandeza al país propio a costa de la humillación, saqueo, destrucción y expoliación de los recursos y riquezas de naciones “inferiores”, no puede ser justificable desde ningún punto de vista y solo ha acarreado la ruina para todos los que lo han hecho a lo largo de la historia.

 

Es cierto que puede haber un aparente éxito temporal, pero al final sobreviene el fracaso, sin importar el tiempo que tome. Desafortunadamente, la maldición que conlleva la historia en si misma, es que ésta es siempre repetitiva –se la conozca o no–. ¡Ley inexorable e ineluctable!

 

 

 

¡Saque el lector sus propias conclusiones!

 

 

 

José Roberto Campos hijo

DOM 28 DIC 25

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