Al frente del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán –NSDAP, por sus siglas en alemán y conocido como Partido Nazi– el 30 de enero de 1933 fue designado Adolf Hitler como canciller de Alemania. Éste, guiado por ideas racistas y autoritarias, abolió las libertades básicas. El Drittes Reich –Tercer Imperio o Tercer Reich– implantado por él, se volvió un estado policial, en el que las personas podían ser sometidas arbitrariamente al arresto y al encarcelamiento. ¡El disenso y la oposición no eran aceptados!
Hitler en sus primeros meses comenzó
una política de sincronización forzando a las organizaciones, partidos
políticos y gobiernos estatales a alinearse con los objetivos nazis y a colocarse
bajo el dominio del partido. La cultura, la economía, la educación y la ley
quedaron bajo absoluto control.
A mediados de julio de 1933, el
NSDAP era el único partido político permitido en Alemania. La voluntad del
Führer –Líder, como se hacía llamar Hitler– se convirtió en la base de la
política de gobierno. ¡Hitler era amo y señor del Tercer Reich!
* * *
La
participación de Alemania en la Gran Guerra –Primera Guerra Mundial– fue
motivada por un sistema de alianzas –apoyo a Austria-Hungría–, el deseo de
expansión imperialista y económica, y el temor al cerco por parte de la Triple
Entente.
El
asesinato del archiduque heredero del Imperio Austro–Húngaro, Francisco
Fernando, en Sarajevo en 1914, fue el detonante que llevó a Alemania a activar
su maquinaria militar en apoyo a este aliado contra Serbia, lo que escaló el
conflicto con Rusia y Francia. Pero, ¡esa es otra historia!
La guerra
fue un desastre para Alemania y luego de su derrota se le impuso onerosas reparaciones
de guerra establecidas en el Tratado de Versalles de 1919. Esas severas
condiciones económicas, sumadas a la pérdida de territorios, desmilitarización
y la cláusula de “Culpa de la Guerra”, paralizaron la economía alemana y
fomentaron inestabilidad política.
Alemania no logró cumplir
con los pagos, y dentro de un contexto de hiperinflación en 1923, el Ruhr
–Alemania– fue ocupado por Francia y Bélgica –cobro forzoso vía carbón y hierro–
empeorando la situación económica alemana.
Al hacerse con el poder,
Hitler suspendió los pagos en 1933. Ya en su campaña política se había
encargado de endulzar el oído del pueblo alemán, diciendo a éste lo que quería
oír: “haría grande de nuevo a Alemania” y “devolvería la gloria a Alemania”.
Según Hitler, los
responsables de los males de Alemania eran los vencedores de la Primera Guerra
Mundial y la población judía alemana –misma que ostentaba un gran poder
económico–. Lo malo que acontecía en Alemania era culpa de los enemigos
externos y… de los judíos. Así, responsabilizó a un grupo étnico extranjero de
los males propios y… ¡el pueblo alemán lo creyó!
Por supuesto, ese grupo
étnico debía ser expulsado del territorio nacional por ser el causante de los
males de Alemania. Entonces, mediante la promulgación de las Leyes de Núremberg
en 1935, se quitó la ciudadanía alemana a los judíos y por su nuevo status de inmigrantes
ilegales, debían ser expulsados de inmediato. De esa forma, se coadyuvó en la
recuperación del honor y orgullo del país. ¡Se estaba haciendo grande a
Alemania de nuevo!
Curiosamente,
Hitler era un inmigrante por haber nacido en Braunau am Inn, Austria–Hungría,
en 1889, aunque de etnia alemana. Además, se dice que su sangre no era
totalmente aria –superior– pues había entre sus ancestros una mácula judía –¿leyenda
urbana para dar más morbo a la historia?–.
Hitler se
trasladó a Viena y luego, en 1913, a Múnich, Alemania, donde se enlistó en el
ejército. Obtuvo la ciudadanía alemana hasta 1932, poco antes de convertirse en
Canciller. ¡Nadie es profeta en su tierra!
Otra curiosidad es que Hitler se mudó a Alemania
para evitar el servicio militar en el ejército austrohúngaro y por considerar a
Alemania su verdadera patria. Luego luchó en la Gran Guerra con el ejército
bávaro.
* * *
El 1º de
septiembre de 1939 da inicio la Segunda Guerra Mundial con la invasión de
Polonia por parte de Alemania. Este ataque causó que dos días después Gran
Bretaña y Francia declararan la guerra a Alemania, extendiendo el conflicto a
nivel mundial, con una duración de seis años hasta 1945.
En honor
a la verdad, puede decirse que la Wehrmacht –ejército alemán– era en sus
inicios un ejército profesional y honorable, respetuoso de las leyes, normas y reglas
de la guerra. En esos días, para todo alemán era un gran honor ser considerado
para la leva o conscripción.
Sin
embargo, en un proceso gradual pero sistemático y constante –por la línea de
pensamiento de Hitler– ese ejército profesional y honorable se fue convirtiendo
y tornando por sus actos en un grupo de auténticos vándalos, forajidos y
criminales que se apropiaba de los recursos y riquezas de los países invadidos
por la fuerza.
El punto
más álgido de esta conversión llega en 1941 con la invasión de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS– en la llamada Operación Barbarroja. Se
da la orden de destruir la población, cultura y estructura social del pueblo
soviético mediante la eliminación de los comisarios, jefes políticos y de la
población en general –similar se hizo en otros países de Europa del Este–. Así,
se dejaba a un lado la observación y respeto de los convenios internacionales
de la guerra. Por otra parte, la complicidad en el crimen de lesa humanidad
contra los judíos acabó dejando una imagen y marca indeleble entre los
militares alemanes como meros vulgares asesinos.
Según el
gobierno alemán, los soldados propios “no cometían crímenes de guerra” y cuando
grupos de guerrilleros partisanos atacaban a los soldados alemanes y causaban
bajas entre éstos –como represalia– se ejecutaban civiles hasta en proporciones
de varios inocentes por cada soldado asesinado. Los militares alemanes no eran
obedientes del debido proceso, de la duda razonable ni del respeto de los
civiles.
Muchos
fueron los militares alemanes –soldados y oficiales– que sufrieron un
resquebrajamiento de su moral ante lo que ellos consideraban actos inmorales,
asesinatos injustificados y crímenes de guerra, pues no era para ello que
habían sido entrenados ni preparados. Y es que, el humano promedio tiene en su
interior algo conocido como “conciencia” que lo lleva a cavilar, meditar,
juzgarse y arrepentirse de sus malas acciones.
Para bien
de la humanidad, el Deutsches Reich –Imperio Alemán– cayó. Y es que, devolver
la gloria y grandeza al país propio a costa de la humillación, saqueo,
destrucción y expoliación de los recursos y riquezas de naciones “inferiores”,
no puede ser justificable desde ningún punto de vista y solo ha acarreado la ruina
para todos los que lo han hecho a lo largo de la historia.
Es cierto
que puede haber un aparente éxito temporal, pero al final sobreviene el
fracaso, sin importar el tiempo que tome. Desafortunadamente, la maldición que
conlleva la historia en si misma, es que ésta es siempre repetitiva –se la
conozca o no–. ¡Ley inexorable e ineluctable!
¡Saque el
lector sus propias conclusiones!
José
Roberto Campos hijo
DOM 28
DIC 25
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